Bailar en la cárcel.
Huelva es una ciudad con una ausencia llamativa de huellas históricas, de lo que ahora se llama patrimonio monumental. Tienes “el muelle de Eiffel”, el convento al lado de la Plaza de las Monjas, y tres cositas más. Algunas personas culpan a la especulación inmobiliaria y el desprecio que da la incultura, el “vieron unas ruinas pero hicieron pisos encima”, otras al bando republicano en la guerra civil, “que bombardeó las iglesias”. No sé suficiente historia como para conocer la verdad. El caso es que Huelva, casi entera, parece haber brotado con el desarrollismo.
Una muestra de ese abandono que mezcla el desprecio con lo político es la antigua cárcel. Diseñada por el arquitecto Pérez Carasa, e inaugurada en 1.930, se convirtió desde 1968 en un centro especializado en el castigo y represión de hombres homosexuales etiquetados como “activos”, con el fin de romper parejas y comunidades enviando a los “pasivos” a Badajoz. Sin embargo, como recuerdan testigos, no faltaban los que mentían en el proceso de encarcelamiento con el fin de mantener esas relaciones.
Hoy, una placa recuerda a todas estas víctimas con una leyenda que habla de forma ambigua de “quienes decidieron ejercer su libertad y desarrollar una orientación afectiva diferente” para incluir a mujeres trans y a personas no binarias, y en realidad a cualquiera que no entrara en la categoría de varón cis heteronormativo. A este vago mensaje le pongo como mayor defecto que no incluya fechas.
La cárcel lleva abandonada y sin ningún uso desde 2006 o 2007, según las fuentes. Este es el aspecto que tenía una década más tarde:
Es un edificio grande y bajo, de ladrillo rojo, que da a una de las principales avenidas. Más memoria histórica: la avenida Federico Molina se llama como el alcalde onubense justo en los sesenta, el que convenció al gobierno franquista para que pusiera aquí el polo químico. Casi enfrente de la cárcel hay una iglesia. El barrio es tranquilo, residencial, no pijo ni nada de eso pero es una zona agradable, con muchos comercios. En 2013 o 2014 se la declaró Lugar de Memoria Histórica. En 2018 se colocó la placa actual. Y nada más hasta ahora. El propietario del edificio es el ayuntamiento; ahora mismo la alcaldesa es del Partido Popular, y de 2015 a 2023 lo fue del PSOE. Si hacemos memoria, en la Junta de Andalucía gobernó el PSOE hasta 2019, es decir, si hubiera habido una voluntad política desde el partido que impulsó la Ley de Memoria Histórica, la declaración de edificio histórico, y la placa, hubo una “ventana” de cuatro años. Cualquier uso habría sido más popular entre los vecinos que ese nido de ratas en el que lo han dejado convertirse.
Huelva es también una de las dos provincias andaluzas que no tienen Conservatorio Profesional de Danza. La otra es Jaén. Desde 2018 (es decir, con Gabriel Cruz de alcalde y Susana Díaz de presidenta de la Junta, reconozcamos al último alcalde lo suyo) se hizo la primera propuesta formal para que la antigua cárcel sea, efectivamente, el nuevo conservatorio de Danza.
Mi sensación respecto a esto es agridulce. Por una parte, el edificio necesita uso, el que sea, aunque no esté directamente relacionado con la memoria LGBT. Será bueno que entre y salga gente, que lean la placa, que hagan preguntas. Se hará limpieza. La ciudad tiene limitado su crecimiento por el río Odiel a un lado y una circumvalación por otro. Rehabilitar un edificio es mejor que buscar dónde construir. Por otra parte, ¿es una escuela de danza lo mejor que podemos hacer sobre los fantasmas de la dictadura?
La verdad es que no lo sé. Puede parecer una terrible falta de respeto. O a lo mejor los bailarines LGBT del futuro llegarán a sentirse justo en el lugar perfecto vistiéndose, maquillándose, bailando y viviendo vidas plenas, en la compañía de todos esos fantasmas. Puede ser un homenaje hacer aquello por lo que castigaraon a tus antepasados. Precisamente allí.
Qué he leído: Harrow the Ninth. Voy por la mitad. Es mi cuarto o quinto intento y esta vez sí me he enganchado.
Qué he visto: Orange is the new black, quería terminar la temporada en la que estoy y voy lenta.
Qué he escuchado: Pues esta vez, nada nuevo ni muy interesante, la verdad.
El trabajo: Se acabaron los informes y ahora viene un breve tiempo de bajar el ritmo. En mi centro han tenido la interesante idea de convertir un cartito que podría ser un almacén o algo así en “La lectorería”: un punto de intercambio de libros, de tertulia… lejos de la biblioteca. Me encanta mi instituto.
¿He hecho algo que no suponga trabajar ni mirar pantallas? Ir a Madrid a la boda de unos amigos :)
Esta carta se ha escrito la tarde del miércoles, un día muy ajetreado, escuchando a Ryuichi Sakamoto.